1835: El final del Fitero Cisterciense
La pretensión del emperador francés Napoleón Bonaparte de instaurar y consolidar en España ocupada a su hermano mayor, José Bonaparte, condujo a los españoles a la Guerra de la Independencia. La Villa y el Monasterio de Fitero no fueron ajenos a este conflicto bélico y, como tantos otros monasterios e instituciones, tuvieron que contribuir al sostenimiento de los ejércitos de ambos contendientes, entre el 20 de junio de 1808, en que los franceses llegaran a Fitero, y el 16 de octubre de 1809, en que los cistercienses de Fitero fueron exclaustrados como consecuencia de la desamortización que había sido decretada por José I, el 18 de agosto 1809. Esta fue la segunda vez que desalojaron su monasterio, la primera había sido en el siglo XV. Esta primera desamortización conllevó la supresión de las ordenes monacales mendicantes y de clérigos regulares, adjudicando sus bienes a la Real Hacienda y forzando a los monjes a abandonar sus conventos y a vestir los hábitos de los sacerdotes seculares. Los bienes del Monasterio de Fitero fueron incautados y que quedaron a cargo del Ayuntamiento, pero no hubo cambios en su propiedad ya que los franceses no los pusieron a la venta durante su ocupación.
Tras el regreso de Fernando VII, se puso fin al breve período constitucional subsiguiente y se volvió a restaurar el sistema de gobierno absolutista del Antiguo Régimen. También se produjo el retorno de los cistercienses al Monasterio de Fitero, el 2 de junio de 1814, con lo que se de-volvió la situación de éste y sus bienes a un estadio similar al existente antes de la Guerra de la Independencia. Sin embargo, la situación cambió pocos años después, con el levantamiento militar que puso en marcha el Teniente Coronel Rafael del Riego y que acabó forzando la entra-da en vigor de la Constitución de 1812, el 7 de marzo de 1820, y dando lugar al período conocido como el Trienio Liberal, que ocasionó una nueva desamortización civil y eclesiástica. El 26 de agosto circuló en Navarra la Real Orden que declaraba suspensa toda profesión religiosa, y el 1 de octubre, se promulgó la ley por la que quedaron “extinguidos los monasterios y suprimidos los regulares” y, el 4 de noviembre de 1820, se dictó la supresión del Monasterio de Fitero. Sin embargo, los cistercienses no lo abandonaron hasta el 22 de febrero de 1821, volviendo a quedar sus bienes a cargo del Ayuntamiento. Aunque fue por poco tiempo ya que: “El 29 de junio siguiente, se dictó una Instrucción ministerial para la enajenación de dichos bienes, dando facilidades a los compradores para pagarlos en diez plazos”. Por lo que se procedió a realizar un inventario y a su pública subasta, en la que algunos de los compradores contaron con una ventajosa información y posición privilegiada.
Acabado el Trienio Liberal, “por la ley de 11 de junio de 1823, todos los monasterios fueron repuestos y por la ley de 13 de agosto se ordena la devolución de bienes muebles e inmuebles y demás efec-tos a dichos regulares”, lo que permitió a los cistercienses volver a su convento diez días después. Sin embargo, no acabaron aquí las penurias de los monjes fiteranos pues, tras la fallida desamortización, la Santa Sede, siempre hábil en resolver problemas tan complicados como los que surgieron en la España decimonónica, concedió a Fernando VII, como remedio a su erario exhausto, un subsidio de 10 millones anuales a cargo del clero regular y secular.
El 29 de septiembre de 1833 falleció Fernando VII, dejando como heredera a su hija Isabel II. Sin embargo, los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, le proclamaron como heredero y sucesor a la Corona de España, como Carlos II, en Talavera de la Reina y Bilbao el mismo día, el 3 de octubre de 1833, dando comienzo a la Primera Guerra Carlista. La sublevación carlista llegó a Navarra de la mano de Santos Ladrón de Cegama, que era quien había proclamado a Carlos II en Tricio (La Rioja), el 6 de octubre y, a continuación, se había dirigido hacia Pamplona, al frente de una tropa de voluntarios Realistas de Logroño. Pero cuatro días después fue derrotado en Los Arcos (Navarra) y Santos Ladrón de Cegama fue fusilado en la Ciudadela de Pamplona el 14 de octubre, acabando así el primer conato de la sublevación carlista en Navarra. La Diputación de este Reino, presidida por el abad de Fitero, Bartolomé Oteiza, reconoció como heredera a Isabel II. La guerra continuó y, en Navarra, la situación de los monasterios fue desigual pues: “El escenario entre carlistas y liberales en estas fechas no está muy definido. Irache e Iranzu radican en zonas plenamente carlistas al igual que Urdax en la frontera de Francia; Leyre y Fitero, están a merced de los beligerantes. Solo La Oliva y bernardos de Marcilla, se hallan al alcance de los liberales, pues toda la Ribera con su capital Tudela, es un fiel reducto liberal de largo arraigo, como lo hemos comentado al referirnos al Trienio Constitucional.”
El 3 de septiembre, se promulgó la Real Orden por la que: “Se restablecen a su fuerza y valor, y al estado que tenían el día 30 de septiembre de 1823, las ventas de aquellos bienes, que habiéndose aplicado al crédito público por efecto de la supresión de las casas de las Ordenes monacales y otros institutos religiosos, y de la reforma de los demás regulares, decretadas por las Cortes y sancionadas por mi augusto esposo en octubre de 1820, fueron enajenados a nombre del Estado desde esta época hasta fin del expresado mes de septiembre de 1823, no obstante lo dispues-to por el Real Decreto de 1º de Octubre del propio año; y en su virtud se devolverán desde luego estos bienes a sus respectivos compradores…”. “Finalmente, la tercera y definitiva supresión tuvo lugar en 1835, en aplicación del Decreto de 11 de Octubre de dicho año, dictado por el Primer Ministro, Juan Álvarez Mendizábal. En Navarra, la disposición afectó, esta vez, a la Colegiata de Ronces-valles y a 7 conventos: los de Fitero, La Oliva, Irache, Marcilla, Leyre, Urdax e Iranzu.
Los frailes de Fitero abandonaron para siempre su convento, el 21 de diciembre de dicho año; o sea a los 70 días de la promulgación del Decreto de Mendizábal. Componían a la sazón, la comunidad 14 sacerdotes, 6 coristas y 1 lego. La abadía estaba vacante y figuraba al frente de ella Fr. Antonio Echarri, en ausencia del Prior, Fr. Esteban Cenzano. Previamente a la salida de los monjes, se realizó el tercero y último Inventario. Empezóse el 13 de noviembre de 1835 y se acabó el 20 de diciembre siguiente. Vino a hacerse cargo del Monasterio y a ordenar el Inventario don Melchor de Azcárate, vecino de Tudela, como Comisionado de Arbitrios de Amortización. A la sazón, era alcalde de Fitero, don Mamerto Medrano; y escribano del Ayuntamiento -y hasta entonces asi-mismo del Convento- don Celestino Huarte”. Tras la “Desamortización de Mendizábal” y otras medidas legales de similar índole, que siguieron a ésta y que condujeron a la venta de las propiedades cistercienses, la Villa de Fitero comenzó una nueva etapa en su historia, independiente de quienes la habían fundado en 1482 y fueron sus señores durante más de tres siglos.
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