San Raimundo de Fitero y los orígenes de la Orden Militar de Calatrava
San Raimundo de Fitero, es el primer abad del Monasterio de Fitero y patrón de la villa, es el fundador de la Orden Militar de Calatrava.
Los orígenes de la Orden Militar de Calatrava
La trascendencia de San Bernardo, abad del monasterio cisterciense de Claraval (Borgoña), en toda la Orden de Cister fue tan grande, que hay quienes creen que fue uno de sus fundadores, a pesar de que ésta había sido fundada en 1098 y de que él se incorporó a esta orden monástica quince años después. También fue San Bernardo quien, según lo acordado en el Concilio de Troyes (Aube, Francia), en 1128, se encargó de dotar una regla o forma de vida, inspirada en la Regla de Cister, a los Templarios, que se encargaban de proteger a los peregrinos que acudían a Tierra Santa. Dos años después, San Bernardo escribió su famoso elogio de la milicia templaria: Laude novæ militiæ, tratando de equiparar a esta nueva milicia con una milicia al servicio de Dios.
San Raimundo, abad de Fitero, primer monasterio cisterciense de la península Ibérica que, desde 1140 , se había encargado de pacificar y preservar el fitero o frontera de Castilla con los recién escindidos reinos de Pamplona y de Aragón. Por lo que no es de extrañar que, en enero de 1158, estando el rey de Castilla, Sancho III, en Almazán (Soria), y en presencia de su vasallo, el rey Sancho VI de Navarra, le donó la villa de Calatrava (actual Carrión de Calatrava, Castilla-La Mancha) para que «la defendiera de los paganos enemigos de Cristo Crucificado».
Con la recién creada milicia o fraternidad armada de Calatrava, San Raimundo fue un paso más allá de los que habían dado los templarios, ya que no sólo les dotó a estos cofrades de una regla o forma de vida inspirada en la de Cister, sino que los incorporó a esta Orden Monástica. Algo que no fue muy bien entendido, ni aprobado inicialmente por la propia Orden, pero que, tras varios intentos de dejarlos fuera y de reincorporarlos, acabaron por acordar que formaban parte de la Orden de Cister. Si bien, por el camino, sus maestres dejaron de depender de Fitero para depender de la casa madre de Fitero, el monasterio de l’Escala Dieu (Francia), del que procedía el propio San Raimundo, en 1187, e incluso, en 1194, de la casa madre de este monasterio, o sea, del de Morimond (Francia), que, junto con Claraval, La Ferté (Francia) y Pontigny (Francia) era una de las cuatro casas madres que inicialmente surgieron de Cister.
Fruto de las desavenencias e intereses entre reinos y obispados, cuya frontera común se encontraba en Fitero, y aprovechando que San Raimundo se encontraba en Calatrava, en 1159, los turiasonenses invadieron y destruyeron el monasterio de Fitero. Los monjes que allí había tuvieron que huir, campo través, para refugiarse en Calahorra, con su obispo, mientras vieron cómo el de Tarazona se las ingeniaba para traer una nueva comunidad cisterciense desde l’Escaladieu, con la que refundó el monasterio de Fitero. Un lugar al que San Raimundo ya no pudo regresar y, por eso, falleció, exilado en Ciruelos (Toledo), en 1163. No obstante, el obispo de Calahorra, cargado de razón, siguió intentando recuperar su monasterio de Fitero. Aunque la larga guerra, iniciada por Navarra para recuperar sus territorios riojanos, complicó la situación y la evolución de la situación política de la región hizo que acabara por desistir a finales del siglo XII.
Mientras tanto, la cofradía de Calatrava, que en época de San Raimundo no llegó a entrar en combate, empezó a tomar gran protagonismo en la reconquista castellana de Cuenca, en 1177, y, sobre todo, en la famosa y decisiva batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. Poco a poco, acabó transformándose en la Orden Militar de Calatrava y ésta en la más importante de las Órdenes Militares de la península Ibérica. Hasta el punto de que la pertenencia a ella llegó a ser uno de los distintivos más relevantes para la nobleza hispana.
En 1523, por medio de una bula del Papa Adriano VI, las cuatro Órdenes Militares peninsulares (Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa) pasaron a depender de la Corona de España, sin dejar de ser instituciones religiosas de Derecho Pontificio, siendo reconocidas y reguladas por sucesivas disposiciones de orden civil hasta que fueron disueltas durante la Segunda República española, el 29 de abril de 1931. Tras la última Guerra Civil española, el Consejo de las Órdenes Militares poco a poco fue recuperando su reconocimiento entre las instituciones del estado y, finalmente, el 14 de octubre 1981, fue nombrado presidente del Real Consejo de Órdenes, D. Juan de Borbón, siendo el Gran Maestre de las Órdenes Militares, S. M. el rey D. Juan Carlos I. Unos cargos institucionales que, en la actualidad ocupan D. Pedro de Borbón-Dos Sicilias y S. M. el rey D. Felipe VI, respectivamente.
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