En la galería septentrional del claustro del Monasterio de Fitero, más concretamente, en su esquina occidental, encontramos un friso sumamente decorado que aunque hoy en día esté deteriorado por la erosión, todavía se observan varias de las figuras pertenecientes al denominado friso de la muerte.
Pero ¿cómo era al principio?
En su cara frontal estaba representado el carro de la muerte, donde se podían observar dos caballos alados situados en la parte derecha, que tiraban o guiaban un carro con ruedas en la parte izquierda. El cual poseía una calavera de perfil donde sus manos esqueléticas sostenían una cinta que decía “Respice finem” (fíjate o mira el final).
En el lateral derecho del espectador un angelito alado que sujeta una calavera entre sus manos, con la diferencia que representa una persona mayor con barba. Y en su lateral izquierdo, esta vez sí, un angelito alado con cara de niño en la misma posición y sosteniendo también una calavera.
Hoy en día podemos observar con bastante detalle varios puntos: en la parte frontal uno de los caballos alados, los enganches y el carro con la calavera de perfil, la cual todavía conserva uno de sus esqueléticos brazos. En el lateral derecho el angelito mayor barbudo con alas que todavía sostiene la calavera, y en el lado contrario parte del cuerpo del angelito niño con sus alas.
Lo que viene a representar este friso es el destino final del hombre, una especie de “tempus fugit” (el tiempo pasa, el tiempo se escapa) y no solo pasa para las personas mayores (Angelito alado barbudo) sino, que también los niños (Angelito alado) pueden fallcecer en cualquier momento, ya que nadie escapa al destino final.